Hemos pasado por muchas cosas; por pequeños y grandes enfados, por miles y miles de sonrisas, por momentos difíciles en los que nos teníamos que apoyar el uno al otro, por ataques de risa que aún sigo recordando, por abrazos que siempre he querido que sean interminables y por momentos en los que creía que me querías. Aquí es donde te confieso que te echo de menos, pero que mi orgullo y mis ganas de ser especial para ti, me frenan. Es donde te digo que lo has sido todo, donde te chivo que aún hay posibilidades, donde te confieso que siempre las habrá y donde te digo que nuestros buenos momentos me hacían realmente feliz. No sé porque pasa esto, no entiendo porque no puedes dar lo que doy yo, no sé como hemos llegado a este punto. Siento que nada de esto te importa y que tu estás bien, que sigues con tu vida, como si nada. Siento que no me echas de menos, que llamas a otra para contarle tus cosas y que mis consejos ya no los necesitas. Y no lo entiendo, de verdad que no... Me diste el mejor verano de toda mi vida, me apoyaste al principio de toda esta tormenta por la que estoy pasando, me dijiste que me querías y que me necesitabas. Y creía que era así. Me diste los mejores abrazos, las mejores sonrisas, las mejores caricias en el pelo del mundo y que decir de los besos. Pero, ¿para qué lo hiciste? Si luego te ibas a comportar así, ¿para qué? Si después verme llorar te resultaría algo tan poco relevante, si cuando te dije que no podía más... no luchaste. Creía que era tu amiga y que estarías ahí cuando peor lo estuviera pasando, y ahora que es el momento, ¿dónde narices te has metido?
Te he buscado por todas partes y nada, ni rastro.
Ndr.
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